director: alex de la iglesia. 2010. 107 minutos. reparto: carlos areces, antonio de la torre, carolina bang, santiago segura, sancho gracia, manuel tejada, manuel tallafé.
Año 1937. En plena guerra civil, tropas republicanas irrumpen en un
circo, durante el espectáculo, para reclutar a sus empleados para luchar
contra las tropas nacionales. Mucho tiempo después, en los últimos años
del franquismo, dos payasos (Carlos Areces y Antonio de la Torre)
luchan por el amor de una atractiva trapecista

Fallida, inacabada, insustancial, alargada innecesariamente, tan
valiente como tirarse a pozo sin fondo, desaprovechada hasta el vértigo,
dividida y diversificada como lo que pretendía plantear. No hay
vómito de cine, sólo simple y desagradable sabor a bilis. Grotesca. Y,
realmente, me duele escribir esto porque era uno de tantos que veía en
“Balada triste de trompeta” el definitivo tour de force de Álex de la
Iglesia, el resurgir de un cineasta que merecía más y la venganza por el
maltrato injustificado de “Muertos de risa”. Hay muchos enlaces comunes
con esa obra maldita e indignamente olvidada pero están ensuciados por
la arena de una pista de circo que el director de “El día de la bestia”
nunca debía pisar solo. Hablo de Jorge Guerricaechevarría y lo mucho que
se le recuerda cuando finaliza el grito desconsolado del público
envuelto en llanto y lágrimas.
Hay directores que no necesitan guión ni historia. La imaginería y el
despliegue de un paritorio de imágenes sobrepasan cualquier límite que
les imponga un texto predefinido. El problema de Álex de la Iglesia es
que nos quiere contar una historia pero finalmente no sabe cómo hacerlo.
Sus imágenes, planos y secuencias quedan, por lo tanto, vacios por
disfuncionalidad, huecos por ordinariez narrativa y prendados de un hilo
mínimo hacía la empatía de un espectador que tiene que buscar pequeños
brotes en un gran huerto seco sin vida.
Sin recuerdos tan sólo queda el olvido. “Balada triste de trompeta” es una película de historia sin historia.
Me parece muy bien que Álex quiera dar trabajo a su novia pero Carolina
Bang no es Giulietta Masina ni Ingrid Bergman, es Yola Berrocal
oxigenada con el mismo portento interpretativo que Paris Hilton. En
manos de ellas su personaje queda inútilmente descrito y tira por la
borda esfuerzos que no conducen a nada. El viaje que inicia desde
Fellini hasta Hitchcock pasando por la barbarie y el esperpento queda en
la cabeza del director como lo que nunca fue plasmado por
disfuncionalidades en la postproducción, cortes en secuencias que no se
entienden y personajes desdibujados con acciones incomprensibles.
Álex de la Iglesia es autor pero no nos encontramos ante una película
personal ni insólita sino desmenuzada y quebrada en el letargo de lo
insípido. ¡Más carne, esto es la guerra!, parece decirnos un director
que pretende aglutinar toda la España mediática y política desde la
Guerra Civil en los himnos a la televisión por medio de Raphael y que
finalmente me deja igual que la canción cuando acaba la película:
«Balada triste de trompeta
por un pasado que murió
y que llora
y que gime
como yo»
Acabo de llegar del pre-estreno de "Balada" y vengo con una mezcla de sentimientos...
Primero los buenos: Hay que reconocerle que Alex de la iglesia le ha
echado cojones, eso nadie lo duda, la peli es técnicamente impecable,
tiene imágenes potentes (Esa tela roja sobre la cruz de piedra...) y a
veces el delirio cuasi felliniano resulta embriagador... Otras veces, la
mayoría, sin embargo...
...Y aquí empieza lo malo, el delirio no hace ni puñetera gracia, de
hecho exaspera, a mi y a los que tenía sentado a mi alrededor que se
miraban con cara de "Vaya paja mental" cada dos por tres.
Es curioso como dos grandes directores como Iñarrittu y de la Iglesia
han decidido tirar por la calle de enmedio este año, dejar de lado a sus
guionistas, Arriaga y Guerricaechevarría, y montarse un guión ellos
sólitos, claro que al guión se le ven más las costuras que a la cara de
Antonio de la Torre (El único actor de la peli, por cierto, que se cree
lo que dice) y es que desde que empieza se ve que los diálogos están
escritos con muy poco sutilidad y dictados por un director con ideas
visuales pero sin mucha maña para dialogar con naturalidad, hay diálogos
brillantes, claro, pero se pueden contar con los dedos de una mano
(cercenada) Sin embargo los tres pilares de una buena historia,
personajes, dialogos y trama se caen por su propio peso...

Pocas veces alguien tiene el valor para hacer algo así en el cine
español. Álex de la Iglesia lo ha tenido al llevar a cabo un film como
éste cuyo significado y profundidad pasará inadvertido para la mayor
parte de los espectadores, acostumbrados al cine masticado.
El punto de partida es comprensible para todos, se nos pone sobre aviso
de lo que vamos a encontrar: un fresco de la visión que Alex de la
Iglesia tiene de la España del siglo XX. Tras una sucesión de
fotografías e imágenes de archivo bien escogidas y montadas de un modo
bastante efectista nos encontramos en un escenario durante la actuación
de unos payasos en plena Guerra Civil. Los integrantes del circo serán
reclutados por el Ejército Popular ante una situación de emergencia y
obligados a cargar contra un regimiento del Ejército rebelde en el que
los primeros serán derrotados. Este es el verdadero comienzo de la
historia. El que después será el payaso triste, Javier, asistirá al
apresamiento, languidecimiento (en las cárceles) y asesinato de su
padre, interpretado por Santiago Segura, en el Valle de los Caídos,
mausoléo mortuorio y faraónico construido a mayor gloria del general
Franco y que, de algún modo (como veremos al final), es la viva
representación del régimen instaurado por éste. El joven tendrá que
abandonar su sueño de convertirse en el payaso tonto, siguiendo con la
tradición familiar, dado que su experiencia vital lo empujará a la
represión de los traumas vividos durante su juventud sumiéndolo en la
más profunda tristeza y sumisión (reflejo de lo que ocurrió con tantos y
tantos republicanos e hijos de republicanos obligados a reprimir su
propia memoria personal frente a la represión del régimen). Es en este
momento cuando pasamos a 1973, año en que se desarrolla la mayor parte
del guión y nos encontramos con Javier ya ejerciendo como payaso en un
circo cuya estrella principal es un sádico payaso del que todos parecen
depender, Sergio. En este mismo circo trabaja Natalia, una joven y
hermosa trapecista.
No deja de ser significativo que toda la película se desarrolle en un
circo, el centro tradicional de la ilusión y la escenificación, de la
más pura pantomima. He aquí otra metáfora de la España de Franco, una
auténtica ilusión, una mera fachada sostenida bajo miles de muertos y
que ocultaba un interior miserable tanto en lo moral como en lo físico
(la humillación a la que fueron sometidos aquellos olvidados, aquellos
derrotados por la España de Franco, está genialmente reflejada en el uso
de Javier como perro de caza por parte del coronel que mató a su
padre). El hecho de que la historia se articule en torno a dos payasos
que adoptarán los rasgos característicos de este personaje a su propia
anatomía de modo irreversible añade el dramatismo definitivo a esta
historia, la historia reciente de España.
Érase una vez un prólogo desatinado. Fernando Guillén-Cuervo grita y no
transmite nada. Santiago Segura tiene de actor lo que Carlos Areces de
figura mítica del porno.
Érase una vez unos créditos superlativos. Al acabar advertiremos con
tristeza que muy probablemente han sido lo mejor de la película.
Caperucita España es una trapecista jamona cuyo apodo, 'La Roja', le
viene por el uso de una tela carmesí que adorna dos banderas: la
republicana y la de Franco.
Caperucita España vive con el Lobo... pero, ay, a la chica también le
gusta el Bobo. Dicen que el Lobo es un payaso extraordinario –no hay
atisbo de magia cuando habla con los niños. El Bobo es simplemente bobo.
El Lobo es lobo para el Bobo pero, bien mirado, el Bobo es lobo para el
Lobo.
El Bobo es lobo y el Lobo es bobo. Los dos son en el fondo tan lo mismo, con la franja de escarlata en las banderas…
Nos une el rojo de la sangre –qué bien, una metáfora cromática de
significado doble: sangre es a la vez violencia y parentesco. En
realidad la significación es triple: cómo nos une el rojo de la Roja
cuando da la campanada en eurocopas y mundiales.
Caperucita España es algo puta, la verdad. Que si el Lobo, que si el
Bobo... Duda entre pollón y micropene. "Mira porcelana, o la muñeca o el
balón." No se puede tener todo: ¿Lobo o Bobo?
La cinta tiene inmensas buenas intenciones y hace aguas por doquier.
Hubiera deseado que Álex de la Iglesia rodara un film de altura: una
sátira descomunal y delirante, repleta de talento, humor y cine. Sin
embargo, todo queda en un espumarajo de artificio.
Con lo que le ronda por las tripas pretende construir un esperpento
patrio y personal. Y yo, con mis gafas de pasta, apenas veo una
caricatura zafia, sin profundidad, no muy graciosa –ahí está el mayor
problema: los chistes son, en general, ridículos y malos.
La película me parece honrada, íntima y fallida. Contiene alguna perla:
la escena del polvo salvaje entre Caperucita y el Lobo, en la que el
Bobo (¡qué bobo!) cree que la está zurrando; las muecas enfrentadas de
los dos payasos al final (una secuencia de gran riesgo que además
funciona); la muy oportuna canción de Raphael… Alguna frase lapidaria:
“La muerte es lo que tiene, que une mucho.”
Para entretener al respetable, de vez en cuando un motorista canijo se
la pega contra una pared. El inventario de las ocurrencias vergonzantes
sería tan extenso que da pereza ponerse a redactarlo.
Entré en la sala temiendo lo peor pero sin descartar una sorpresa
positiva. Me encontré con el cuento negro, amargo, insustancial, simplón
y endeble de la España de la Iglesia y sus payasos Grand Guignol.
El Lobo y el Bobo tirando fuerte de la tela carmesí…
Hola, amigos, soy Quentin (sí; lo del nick es un alias), el que se sentó
en el preestreno a la izquierda del amigo “pionero”. Lo sé porque a mi
derecha (espacial, se entiende) había sentado un tío con camisa azul a
rayas, chaleco de Lacoste, gafas de pasta y un pin con el lema “Rato
2012” que, no sé porqué, me da que bien podía ser él.
En fin. El caso es que pasaba hoy por aquí y me ha decidido aportar mi
propia reflexión sobre esta “peliculilla de saldo” que, total, y a
falta de dos meses para su estreno, “sólo” es la más exitosa de la
historia del Cine Español en Venecia (ajo y agua a los genoveses, que no
tienen festival (de cine)). Una película de la que todo Dios, y no
salgo de mi asombro, parece tener una opinión perfectamente definida a
pesar del “pequeño” detalle de que ninguno la ha visto (salvo nuestro
amigo el “pionero”, Marchante y yo, que somos V.I.P.). Sí, todo quisqui,
unos poseídos por el espíritu de Nostradamus y otros por el del
Caudillo, tiene ya decidido si le gusta o no y que nota le va a clavar,
con dos cojones: una mitad tiene clarísimo que es la “obra maestra
definitiva” y la otra mitad – ay, qué risa, Marisa- que “De la Iglesia
está acabado y que desde El Día de la Bestia y no levanta cabeza”:
soniquete que he oído de todas sus anteriores películas menos, por
supuesto, cuando la estrenó (entonces decían que no la levantaba desde
“Acción Mutante”).
Y ese, más allá de los premios que le caigan, es el mayor triunfo de De
la Iglesia. Porque, mira por dónde, el bueno de Alex, un buen día, harto
del percal y de tanto olor a podrido, decide echarle dos cojones y
enterrar de una vez esa farsa de “La Transición”; poner un espejo
delante del rostro de Jano de la verdadera España, la “eterna”, que
últimamente se empeña en no reconocerse: cainita, cerril, ignorante,
envidiosa y mezquina como la madre que la pario. Una España que ni
perdona ni olvida y dónde, mucho más que la felicidad propia, lo
importante es que el vecino se joda y no levante cabeza. Se deja de
gilipolleces y, con la simplicidad del genio, muestra España justo como
lo que es: un par de payasos dándose de hostias. Y, ¿qué es lo que hace
el españolito ante la provocación, al ver su propio y grotesco rostro
en el celuloide?: para variar, y por aquello de chiste de la tortuga y
el escorpión, le da la razón; empieza a destilar veneno, envidia y
mezquindad (es lo propio) hasta dejar corta la metáfora y hacer que su
sarcasmo sepa, y mira que es difícil, descafeinado y condescendiente.
Enhorabuena, Alex. Has conseguido que tus payasos se proyecten dentro y fuera de los cines. Ahora que te quiten lo bailado.
Dividirá a la crítica igual que habla de la división de las dos españas.
Tendrá tantos detractores como admiradores, no me cabe la menor duda.
Ambas posturas me parecen válidas, dadas las características de esta
peli. Personalmente, me parece una lección arrolladora de cine, sobre
todo en su primera mitad. Las interpretaciónes son escalofriantes, la
ambientación es digna de una superproducción de Hollywood, el guion es
una ida de olla, pero... el estilo. Si fuera una novela, estaría escrita
a mano con una caligrafía monstruosa y grotesca que sólo podría
pertenecer a una persona.
Frikis mutilados colgando de edificios emblemáticos. Humor macabro.
Reírse o vomitar de asco. Alex de la Iglesia y su universo grotesco.
Sólo de las produndidades de su mente perversa y genial ha podido
gestarse este exceso. Balada Triste es violenta, anárquica, aterradora,
malévola, rara. Y los tiene bien puestos.
Alex es para mí uno de los grandes directores del momento porque ha
logrado consolidar su estilo. Sólo de la manera en la que hace Balada
triste de Trompeta concibo esta pelicula, de la misma forma en que sólo
concibo Eduardo Manostijeras hecha por Tim Burton, o Malditos Bastardos
filmada por Tarantino. Precisamente con este último vendrán a buen
seguro las comparaciones. Si Quentin reinventa el género bélico con los
bastardos, Alex de la Iglesia lo hace con el género de terror. Porque
esta es una historia de terror, no hay más que fijarse en cada plano.
Porque acojona.
El Dia de la Bestia fue un hito, pero es que Balada Triste es elevar ese estilo al cubo cinematográfico.
Le pongo un 10 porque es la primera película española que no me
transmite ninguno de los tópicos del género, porque es pura personalidad
cinematográfica, porque por poco me meo en los pantalones viéndola (y
todavía no se si de miedo o de risa), porque es la hija bastarda de
Malditos Bastardos, porque está dos escalones por encima de todo lo que
se hace en España... y porque los títulos de créditos son los mejores
que he visto en una sala desde Watchmen.
“Balada triste de trompeta” es muchas cosas a la vez. Es un obra
personalísima de Álex de la Iglesia -quizá por ello prescinde de su
guionista habitual, Jorge Guerricaechevarría-, en donde se concentran
sus miedos, sus anhelos y sus obsesiones.
Todo arranca en la Guerra Civil Española, en uno de los mejores inicios
(títulos de crédito incluídos) de un film español visto en mucho tiempo.
Álex nos adelanta ya la crudeza y la violencia de que vamos a ser
testigos, en una historia tortuosa, complicada pero muy valientemente
filmada. Álex se lanza a tumba abierta y no se esconde nada, con todas
sus consecuencias, algo que personalmente alabo en una cinematografía
nacional, huérfana ya de Berlanga, en la que apenas destacan autores
contemporáneos que trasciendan al gran público (Almodóvar, Amenábar, y a
distancia Monzón, Coixet y Balagueró).
“Balada triste de trompeta” es una tragedia (no me atrevo a nombrarla
tragicomedia) grotesca, salvaje, iracunda y redentora, en torno al
mundo del circo, cuyos protagonistas, Payaso Triste (un atrevido Carlos
Areces) y Payaso Tonto ( inconmensurable Antonio de la Torre), hacen
reír a los niños con la misma facilidad que arrancan lágrimas a los
demás.
El estilo barroco de Álex de la Iglesia es más apreciable que nunca, al
servicio del resentimiento patrio. La peli cuenta mucho más de lo que se
ve. Está plagada de simbología, de la lucha de las dos Españas
irreconciliables. Tan desgarradora es esa lucha que quizá el director de
“Muertos de risa” traspasa barreras demasiado transgresoras. Lo
excesivo se hace omnipresente (ultraviolencia, salvajismo, desnudos,
incluso un final a lo Hitchcock).
A pesar de sus imperfecciones, de su continua bipolaridad, de la mezcla
de lo grotesco y lo excesivo - el auténtico ADN del film-, esta balada
triste supone una gran obra, personal e intransferible que intenta
responder a la pregunta retórica que se hace Álex de la Iglesia: ¿Por
qué no nos reconciliamos de una maldita vez?